La mañana siguiente.

Se acostó con una vida y se levantó con otra.
Los planes cambiaron, los proyectos se esfumaron, los sueños ya no eran propios.
Quedaron los problemas, los miedos, las angustias, y se fueron las esperanzas y los anhelos.
Una noche, su vida era compartida y las batallas eran de a dos. A la mañana siguiente, tenía que enfrentar en soledad todo lo que ayer era trabajo de equipo.
La mañana siguiente trajo tormentas, lluvias, fríos y desesperanza. No había sol, no había respuestas, no había soluciones.
No podía con esa nueva vida. Todo dolía, todo era insoportable, todo molestaba y todo lo oscuro y patético se multiplicaba por mil.
No veía luz, no veía ningún camino. 
Tenía una furia desmedida, interna, feroz, contra todo, contra todos.
La vida la traicionaba y ella sólo quería lastimar.
No le importaba nadie, no le importaba nada.
No era capaz de quererse, ni de querer, ni de confiar, ni de esperar nada más que desencanto.
No era capaz de cuidarse, ni de defenderse, ni de hacer, ni de crear, ni de sentir compasión o ternura.
No lograba entender, ni le importaba.
No quería entender.
A pesar de su odio, de su resistencia, de su desinterés, de su decepción...la vida golpeó de nuevo.
Odió a la vida por recordarle que estaba viva.
Pero lo estaba.
Una mañana, se descubrió de nuevo.
Por años se había alejado de sí, de sus deseos, de sus pensamientos y sus emociones.
Pensaba de a dos, que es como no pensar.
Sentía de a dos, que es como no sentir.
Creaba para dos, que es terminar sin nada.

Volvió a escucharse, a sentirse, a mirarse, a buscar soluciones y caminos.
Se liberó del deseo de agradar, de la necesidad de hacer feliz a otro, de obligarse a calzar en el molde y de sentir que la vida es un sinsentido cuando no hay un socio.
Una mañana, se levantó de nuevo...A solas...Sola...Más acompañada que nunca.

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